«La diplomacia parece derrumbarse, al menos con todo lo que tiene que ver con América Latina. Más precisamente, con todo lo que tiene que ver con Chávez. Es curioso precisar como en los alrededores del presidente venezolano es donde la diplomacia se desploma.»
El domador de leones
Teódulo López Meléndez
tlopezmelendez@cantv.net
Si en algún sitio la diplomacia brilló fue en Venecia. “La Sereníssima” requería de información para su vasto comercio exterior y acuerdos múltiples para mantener las rutas de navegación y el acceso de sus mercancías a lo que llamaremos “mercados externos”· de su época. Antes la habían practicado desde los persas hasta los egipcios, aunque tal vez la paternidad habría que atribuírsela a los griegos. La diplomacia es tan antigua como la existencia de las ciudades-Estados, tan vieja como los primeros imperios.
La diplomacia existe para que los Estados modernos manejen entre sí sus relaciones con inteligencia y tacto, para darle a la negociación el lugar privilegiado en sustitución del conflicto y uno de sus objetivos fundamentales es obviamente la cooperación. La diplomacia es una forma privilegiada de los Estados para lograr sus objetivos políticos, comerciales o estratégicos.
La diplomacia parece derrumbarse, al menos con todo lo que tiene que ver con América Latina. Más precisamente, con todo lo que tiene que ver con Chávez. Es curioso precisar como en los alrededores del presidente venezolano es donde la diplomacia se desploma. El primer caso que recuerdo es el de la presencia en Caracas de Marco Aurelio García, el asesor de Lula para política exterior, en uno de los primeros conflictos de tantos que ha afrontado este prototipo nuestro de elefante en cristalería. El inefable Marco Aurelio –tal vez haciendo honor a su nombre- se presentó en la capital venezolana como un procónsul, amenazando y dando órdenes en defensa del caudillo y uno intuía que en cualquier momento ordenaría a las “legiones brasilenses” venir a poner orden en esta provincia del imperio. Desde entonces me pregunto sobre esa dualidad de Amorin al frente de Itamaraty, que sigue siendo profesional y calculadora, y este desbocado asesor que crea una deidad bicéfala. La cuestión siguió con Moratinos, flamante Ministro de Exteriores de Rodríguez Zapatero, quien se cansó de meter la pata en torno a la posición de la Unión Europea frente a Cuba y declarador oficial en defensa de Chávez. Hoy, afortunadamente, Moratinos parece haberse tomado su ración de valeriana y García se limita a las dos caras de Lula, como veremos más adelante.
Otro caso patético de antidiplomacia en el manejo del gobierno francés en torno al caso de Ingrid Betancourt. En efecto, lo convirtieron en un asunto prioritario de Estado haciendo de la mujer secuestrada la pieza más valiosa en poder de las FARC. De allí en adelante la Francia no ha hecho otra cosa que meter la pata, con sus presiones indebidas e inaceptables al gobierno colombiano, con sus misiones humanitarias fallidas y con sus imposibles tentativas de convertir a Chávez en el héroe de la salvación. En sus paletadas de tierra sobre Ingrid Betancourt, la Francia alocada ha tenido una valiosísima contribución en Yolanda Pulecio, la madre de la secuestrada, en el ex-marido, en el marido, y cuando todos estos personajes se cansan, en la hermana de la secuestrada, todos lanzando paletadas de tierra sobre Ingrid, haciendo imposible que las FARC piensen ni remotamente en liberarla, pero eso es harina de otro costal, porque semejante familia no puede engrosarse en los términos de la diplomacia.
La “diplomacia” de los gobiernos revolucionarios es, por su parte, un acicate para pensar en todos los buenos diplomáticos que había antes de esta eclosión de barbaridades. Para no ir más lejos, la última declaración del gobierno ecuatoriano pidiendo el silencio de las computadoras de Raúl Reyes a cambio de restablecer relaciones diplomáticas uno no sabe si calificarla de infantilismo o de elefantiasis. Uno mira a esa amable señora que es Ministra de Exteriores de Ecuador y siente pena ajena y se pregunta qué hace allí, como puede ser la portavoz de exteriores de un presidente como Correa. En cambio, en Venezuela, pensamos que el Ministro de Relaciones Exteriores es el adecuado para Chávez. Claro que lo es, es uno que anuncia notas de protesta que no manda a gobiernos extranjeros, que convierte –en aras de cumplir la voluntad del jefe- patrullas perdidas en las fronteras en el ejemplo y en la prueba de pretensiones agresivas. Hace unos meses una patrulla venezolana se perdió en la Goajira, el ejército colombiano la localizó, le dio agua y alimentos y la puso en camino para que regresara a la entrañable patria bolivariana. Ahora supuestamente una patrulla colombiana entró en territorio venezolano y el flamante “diplomático” que tenemos en la Casa Amarilla habló de “maniobras del imperio” y de “política guerrerista”, para terminar descubriéndose que los colombianos jamás habían entrado a Venezuela, que quienes estaban en territorio colombiano eran los venezolanos. No hay duda, este “diplomático” es el mejor que podría tener Chávez, quien parece arregló el problema haciéndose el comprensivo y diciéndole al general colombiano con quien mantuvo contacto –magnánimamente, se debe entender- que daba por zanjado el incidente. Lo peor del asunto es que un candidato a alcalde caraqueño se ve en una propaganda de televisión manejando un autobús y entonces se debe entender que no aspira realmente a ser alcalde sino Ministro de Relaciones Exteriores.
Lo dicho, la diplomacia anda muy mal. Sin embargo, la joya de la corona es Lula. El presidente de Brasil se vende como el domador de leones. El brillante cerebro del otrora líder sindical ha concebido más que Talleyrand, ha empreñado ideas más que Kissinger en sus conversaciones con Le Duc Tho, ha dejado como un mismísimo pendejo a Maquiavelo, ha convertido a todos los diplomáticos de la historia en simples aprendices de brujo. La fórmula es muy sencilla: para diferenciarse de Chávez un día dice que quien quiere reelegirse es aspirante a dictador y al día siguiente que Chávez tiene ideas muy buenas; un día dice que jamás pensará en perpetuarse en Brasilia –ciudad un tanto incómoda y alejada de los placeres a pesar de la grandeza del camarada Oscar Niemeyer al concebirla- y al día siguiente que Chávez es el mejor presidente que Venezuela ha tenido en cien años. Todo esto para negociar que él es el domador de leones, el que tiene mano hábil para controlar al alocado presidente venezolano, que cualquier cosa con Venezuela se le debe consultar a la “sereníssima” Brasilia pues allí está el secreto de tranquilizar al león y hacerlo saltar por los aros del domador. Lula vive de Chávez, y no me refiero ahora a los cinco mil millones de dólares que le ha sacado a Venezuela en buenos negocios, lo que es perfectamente lícito. No, me refiero a que Brasil bajo Lula ha perdido la grandeza de su diplomacia, la majestad de su presencia, para convertirse simplemente en el domador de leones, el que tiene los secretos para tranquilizar a la fiera.
Sólo que a veces le falla el truco, pues de otra manera no puede llamarse. Chávez insultó a la Canciller Ángela Merkel, ignorando toda la historia personal de esta respetada y brillante científica y política, desconociendo totalmente la historia de la Democracia Cristiana alemana y espetando acusaciones de nazismo. Y he aquí a Lula, el domador de leones, el vividor de Chávez, ofreciéndose a la líder alemana como mediador. Y allí la tranquila señora Merkel diciendo simplemente: “Muchas gracias, señor Lula, pero yo me las arreglo sola”. Uno termina amando a la señora Merkel, uno termina riéndose del domador de leones.
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