07 junho 2008

Temos Teódulo. Sobre líderes providenciais

Una sociedad instituyente


Teódulo López Meléndez
tlopezmelendez@cantv.net
http://teodulolopezmelendez.wordpress.com/


La sociedad venezolana tiene un poder que no parece saber tiene. La sociedad venezolana parece no haber aprendido a rescatar lo que es suyo. La sociedad venezolana es víctima de los males originados en la democracia representativa, una que no evolucionó hacia formas superiores. La sociedad venezolana se acostumbró a delegar y se olvidó del control social que toda sociedad madura ejerce sobre el poder. Atenuantes tiene esta sociedad postrada, como las manipulaciones y engañifitas a que fue sometida, pero eso no la justifica.

La sociedad venezolana se acostumbró a esperar al líder providencial, a esperar instrucciones, a depender de las degeneradas estructuras que de instituciones intermediarias pasaron a ser collar de hierro para la obediencia. La sociedad venezolana se convirtió en un corderillo manso dispuesta a ser “políticamente correcta” para permanecer en los resquicios de lo permitido y de lo tolerable. Fue así como la sociedad venezolana se convirtió en lo que es hoy, una sociedad instituida sobre bases endebles y sobre mecanismos degenerados.

La praxis política cotidiana sólo sirvió para alimentar oligarquías partidistas, para crear gremios y organizaciones de diverso tipo encerrados en sus intereses particulares. Así, la sociedad venezolana delegó todo, desde la capacidad de pensar por sí misma hasta la administración de sus intereses globales. La sociedad venezolana se hizo indiferente, se convirtió en una expresión limitada al chiste y a la burla, al desprecio exterior hacia las élites, pero una zángana incapaz de protagonizar una rebelión en la granja.

El gobierno que vino como consecuencia lógica de un cansancio interior y de un derrumbe de lo ya insostenible, contó con la anuencia de esas élites de lo caído, pretendidamente gatopardianas, que soñaron que todo cambiaba para que nada cambiara. Sólo que nunca se leyeron El gatopardo de Lampedusa y jamás se dieron cuenta que había en el texto del príncipe siciliano mucho más que la cita trillada que es lo único que se conoce de esa novela.

Veamos la praxis del momento: El gobierno continúa con la sucesión ininterrumpida de pequeños golpes de Estado, siendo el último el del Decreto-Ley de Inteligencia y Contrainteligencia, amontonando pequeños golpes de Estado para tener al final un gran golpe de Estado. Sin embargo, el gobierno tiene hambre de golpes de Estado y ya anuncia impúdicamente que después de las elecciones regionales presentará de nuevo a consideración del país la reelección presidencial que considera “necesaria”. No importa que la Constitución prohíba la presentación de la misma enmienda dos veces en un período, para eso se controla todo. El gobierno plantea, pues, las elecciones regionales como un plebiscito: si el PSUV gana iremos por la reelección del caudillo máximo. Esto es, la consumación final del amontonamiento en un gran golpe de Estado.

Veamos la praxis del momento: El señor Borges anuncia que se reunirá con el señor Rosales para finiquitar lo de la unidad de la oposición. Eso está muy bien, pero está muy mal. Nadie le ha conferido a los señores Borges y Rosales la definición de nuestro destino. He aquí otra práctica germinada en al democracia representativa, la de la creación de oligarquías liberales que se permiten asumir el lema “permítanos pensar por usted”. La decisión de que haya candidatos únicos de la oposición es una imposición del país y cuando diversos partidos firmaron el 23 de enero un acuerdo unitario lo hicieron obedeciendo nuestras órdenes. Somos nosotros, sociedad venezolana, los que mandamos. En otras palabras: el orden de los factores sí altera el producto. En consecuencia, tenemos nosotros, sociedad venezolana, la plena facultad de sancionar, de imponer condenas y de sentenciar al ostracismo. Las maneras de hacerlo son múltiples y variadas, desde la mención en las encuestas de candidatos que no tienen nada que ver con las oligarquías emergentes –con diversas versiones fotostáticas de la élite sobrepasada- hasta la imposición de candidatos por nuestra soberana voluntad.

Veamos la praxis del momento: La sociedad venezolana se queja de que no hay dirigentes, cantaleta producto de la sumisión y de la entrega del pensamiento y de la acción a la manera de un bebé inerme. Ya he citado algunos casos de líderes emergentes y del brillo y la inteligencia que hace de este país un caso único de talento como hierba, mientras es dirigido por quienes no saben ni siquiera hablar español. Aquí está otro caso: Me llega por correo electrónico el currículum vitae del doctor Álvaro Albornoz. Es candidato a alcalde de Vargas. No sé quien es, no lo conozco, primera vez que lo oigo nombrar, pero es un abogado summa cun laude, magíster en Derecho Administrativo, magíster en Ciencia Política, doctor en Derecho Constitucional, receptor de numerosos premios, profesor universitario de pregrado y postgrado, desde hace diez años, de Derecho Administrativo, Derecho Tributario, Derecho Contencioso Administrativo, Derecho Constitucional, Teoría del Acto Administrativo y Derechos Humanos. El doctor Albornoz ha sido padrino de siete promociones de abogado, lo que indica un gran amor de sus alumnos. Además, es vicepresidente de la Asociación de Vecinos de la urbanización donde vive. Y vive en Catia La Mar, pues nació en Maiquetía. El joven doctor Albornoz (tiene apenas 34 años) es evidente tiene asegurada una carrera profesional y como docente universitario, pero quiere ser alcalde de Vargas. Si quiere ser alcalde no es para “resolverse”. Si quiere ser alcalde de Vargas es porque quiere servir. Me importa un comino si el doctor Albornoz milita en algún partido o no, me importa un comino su tendencia política o ideológica, lo único que me interesa es que un joven de 34 años con este impresionante currículo quiere ser alcalde y se lo restriego en la cara a una sociedad institucionada que se la pasa repitiendo que el problema es que no hay dirigentes, cuando la verdad es que esta sociedad no sabe ver al país inteligente que está allí a sus órdenes.

Veamos la praxis del momento: Frente a la propuesta de convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente formulada por Raúl Isaías Baduel han saltado las voces acusando a esa opción como una manera del quintacolumnista Baduel de facilitarle las cosas al caudillo, para que gane esa elección y se perpetúe. Jamás pensó la gente que alega estas cosas –a quienes he bautizado piadosamente como extremistas sifrinos- que la práctica de los pequeños golpes de Estado seguiría hasta el máximo golpe de Estado de intentar perpetuar al caudillo. Lo que Baduel ha planteado era una salida hacia esa amenaza, lo que Baduel tenía en la cabeza era la claridad de que seguirían adelante con su propósito y que había que conseguir una manera de detenerlos. De manera que Baduel, al plantear la Constituyente, actuaba con absoluta honestidad y ofrecía una solución, ¿riesgosa?, sí, pero estoy cansado de afirmar que la democracia es riesgo. Pues bien, la Constituyente no es popular, al menos por ahora. Llamemos, entonces, a una sociedad instituyente.

La sociedad instituyente debe exigir e imponer un sistema de partidos abiertos, no más que redes sociales que permiten el flujo de la voluntad ciudadana. La sociedad instituyente se debe manifestar en las encuestas imponiendo candidatos que no necesariamente provengan de las horcas partidistas, para ello basta señalar a los mejores, si logran verlos. La sociedad instituyente debe dejar atrás el fantasma del pasado que la ciega y pedir y practicar más democracia. La sociedad instituyente debe aprender a decidir, atreviéndose. La sociedad instituyente debe ejercer la ciudadanía, acabando con las hegemonías de otros que deciden por nosotros y dando pasos firmes y contundentes hacia el poder ciudadano (qué sepan quienes salgan electos que no se les confirió el poder, que el poder sigue en nuestras manos y somos nosotros los que mandamos, no ellos). Demos pasos, como sociedad instituyente, hacia una superación de la democracia representativa para convertirla en una democracia del siglo XXI en la cual se practica la libertad como ejercicio cotidiano de injerencia. En otras palabras, trastocar lo que ha sido hasta ahora la relación entre sociedad e instituciones. La sociedad instituyente debe ser imaginativa y conseguirse las formas y los métodos. La sociedad instituyente debe transformar la realidad. La democracia tiene que pasar a ser la encarnación de esa posibilidad. Sólo lo puede lograr una sociedad instituyente que es mucho más que una recipiendaria del poder original, pues lo que tiene que ser es un cuerpo vivo, uno capaz de generar antídotos y anticuerpos, medicina y curas, transformación y cambio. Hágase la sociedad venezolana una sociedad instituyente, para lo cual no se necesitan elecciones ni candidatos (esto es apenas una expresión parcial) y cambie por sí misma su destino.

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