Dá para perceber o ambiente venezuelano.
Já lá está Sócrates.
Já lá está Sócrates.
“Balada para un loco”
Teódulo López Meléndez
“Media luna en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies y una banderita de taxi libre levantada en cada mano”. Apenas he puesto “media luna en la cabeza” en sustitución de “medio melón en la cabeza”. Es claro para los tangófilos que hablo de “Balada para un loco”, la inolvidable pieza de Astor Piazzolla a la que el poeta Horacio Ferrer puso letra. Es posible que caminando por Buenos Aires lo haya visto en mi imaginación, tal como el poeta lo consideró, “mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus”. Es posible que haya visto como los maniquíes le guiñaban, como lo semáforos le daban tres luces celestes y las naranjas del frutero de la esquina le tiraban azahares.
Es posible que Ferrer se haya inspirado en un personaje real. No logré verlo en mi realidad, pero lo asocio ahora –cuando de locura se trata- a ese personaje que recorre las avenidas de Barcelona y se interna en las ramblas completamente desnudo con un calzoncillo tatuado en la piel y el pene lleno de pearcings, al que logré ver para sorpresa de muchos catalanes que habían oído hablar del personaje y que nunca se lo habían topado. Pero volviendo a Buenos Aires lo cierto es que leí toda la poesía de Horacio Ferrer mientras recordaba a Rafael Caldera, otro amante del tango. Me lo contó el chofer que lo llevó: en uno de sus viajes el expresidente venezolano manifestó tímidamente un deseo: quería ir a la calle Corrientes, al número 348. Para un amante del tango eso era una petición absolutamente entendible. En ese número de esa calle transcurría otra pieza inmortal donde se producían “a media luz los besos, a media luz los dos”. La decepción de Don Rafael fue total; allí, en ese número mágico cantado, sólo había un garaje. Nunca le dije al presidente Caldera que conocía la anécdota; tal vez le hubiese argumentado que en los garajes también es posible estar a media luz.
No hay duda: las tardes de Buenos Aires tienen ese qué se yo. Ella me llevó en un largo recorrido a un arrabal, quería que viese la verdad de la ciudad, sus intimidades, el corazón de donde brotó el tango. Allí no había un montaje teatral, allí no se escenificaba una pieza de algún dramaturgo underground. Eran los vecinos bailando, con sus sombreros y sus pañuelos, era la naturalidad de Buenos Aires, era el espectáculo de la verdad. No me atreví a decirle, después de esas imágenes inolvidables que conservaré siempre en mi memoria, que quería ir a la calle Arenales a ver al loco del poeta Ferrer sacándose, para saludar, el medio melón de la cabeza. Al fin y al cabo ya le había dicho que mi preferido era Goyeneche, el polaco, el ya viejo con la voz oscurecida por el alcohol, el mismo que cantó “Balada para un loco” en el Teatro Colón acompañado por Piazzolla en una grabación memorable que conservo como un tesoro, provocando su mirada de reproche (la de ella).
Los locos no son únicamente los que inventó el poeta Ferrer. El loco de Ferrer era bello, era uno que veía la luna rodando por Callao y sentía bailando a su alrededor un corso de astronautas y niños y además se permitía mirar a Buenos Aires desde el nido de un gorrión. Las cosas eran más difíciles: transcurrían los días de la supuesta venta de armas argentinas a Venezuela, De la Rúa asomaba su candidatura presidencial, la entrevista con la imponente señora dueña de “La Nación” se convertía en un interrogatorio. No, no se trata de un loco bello tomado de la realidad o de la fantasía por un poeta. Ahora, en el presente, se trata de otro que ha decidido meterse “media luna” en la cabeza y canta, eso sí, en cada manifestación de su afán televisivo “ya sé que estoy piantao, piantao, piantao/ ¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!/ como un acróbata demente saltaré/”. El loco de Ferrer saltaba “sobre el abismo de tu escote hasta sentir/ que enloquecí tu corazón de libertad/”. La realidad de esta América muestra a los que saltan hacia el abismo de la historia para enloquecer con privación de libertad.
No podemos ni debemos cambiar las letras de los tangos. Sin embargo, hoy amanecí con “Balada para un loco” en la memoria y provoca parafrasear: “Subite a mi ilusión super-revolucionaria/ vamos a correr por las cornisas/ con una golondrina en los cinco motores”. Y agregar: “La reserva me da un valsecito bailador”. Las palabras son secesión, media luna, ejército zuliano, perderemos al Zulia sólo guerra mediante, no nos quedaremos inmóviles ante la agresión a Bolivia. Debe agregarle al pueblo venezolano: “Quereme así, piantao, piantao, piantao...”
No tengo la menor duda: provoca campanarios con la risa.
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